Cuántas veces nos hemos preguntado cuál es nuestro valor. Será de manera cualitativa la forma más adecuada de valorarnos?.
Nos miramos al espejo, nos rastreamos frente a él para buscar nuestras cualidades físicas; también nos hace ver qué valores tenemos: si somos agradables, valientes, inteligentes y un sin fin de adjetivos que podemos mostrar al público que está en frente en nuestro cotidiano. Será de manera cuantitativa?
Cuántas pertenencias tienes: el coche con los últimos adelantos tecnológicos, la casa en las afueras,ese móvil de pantalla plana con infinidad de ventanas que nos sumergen en un mundo virtual ajeno a nuestra verdadera esencia… esencia de Ser Humano.
Todo un escaparate en donde nos sentimos seguros y apoltronados. Pero qué ocurre si todo esto se derrumba cuando La Vida con su majestuosa sabiduría nos zarandea? Quedamos desnudos ante nosotros mismos, ante nuestra "Presencia" que nos muestra como un presente, un regalo que podemos abrir para redescubrirnos.
Al igual que ese jarrón del conocido relato en donde un hombre portaba dos jarrones y uno de ellos estaba resquebrajado e iba perdiendo agua por el camino y a su paso sin saberlo, iba regando las flores del sendero, nuestras imperfecciones nos hacen fuertes, nuestras batallas libradas, valientes, nuestras heridas, sabios y nuestros errores, humildes.
La imperfección es perfecta si sabemos estar en nuestro ser, conectados a la llama del interior que nos muestra tal y como somos, sin más.
Cuando aceptamos nuestra totalidad,con sus luces y sus sombras, como el arte japonés del kintsugi donde lo débil se hace bello y fuerte… así nuestras imperfecciones nos configuran como seres caminando hacia la perfección.
Ana María Vidal Rivera
Maestra Rural
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