De pie miras indiferente a tu madre que está postrada en el suelo. Ella alza su mano para pedirte ayuda, agonizante intenta balbucear algunas palabras de socorro, todo su cuerpo está lleno de heridas y tú, frío y altanero,no mueves un ápice por ayudarla.
¡Qué cruel! ¡Qué ingrato!… diríamos la gran mayoría de las personas que habiendo contemplado una escena como la de arriba descrita, sin duda, nos llevaríamos las manos a la cabeza.
Desgraciadamente esa es la actitud que tenemos ante nuestra Madre Naturaleza.
La ensalzamos en las distintas estaciones, los colegios se llenan de lindas flores de papel en primavera y árboles sin hojas en otoño pero no somos capaces de darle un verdadero abrazo con el alumnado paseando por ella… sintiendo los olores y colores que nos ofrece: amarillos, naranjas, verdes brillantes, violetas, rojizos, ¡ Toda una fiesta que inunda nuestros sentidos!. No olvidemos que las futuras generaciones heredarán el legado que les dejemos, por lo que es imprescindible inculcar una buena Educación Ambiental.
Pedimos a los gobiernos que lleven a cabo planes que frenen el Cambio climático pero seguimos comprando productos empaquetados con plástico, tirando residuos que contaminan playas y bosques, utilizando el vehículo para traslados cortos; ni siquiera en nuestro hogar podemos llevar " políticas" de ahorro con el agua, la luz, tampoco de reciclaje y reutilización de los objetos que nos rodean inundándonos sin más.
Sentirla, abrazarla desde nuestro corazón; curar sus heridas desde una conciencia plena, porque somos parte de Ella y Ella- sin pedir nada a cambio- nos ofrece sus recursos para que todos podamos vivir en armonía.
Pasear por sus bosques, nadar entre sus aguas, sintiendo esa conexión,esa libertad que recorre nuestro cuerpo; escuchar, observar a toda la diversidad de seres vivos que la habitan: desde la pequeña hormiga, la abeja con su constante zumbido… hasta el galopar de un caballo, el crujir de cuernos en la berrea, los saltos de los delfines acompañando a marineros en su quehacer; pájaros que con su canto nos alegran la mañana o nos miran de manera socarrona cuando tomamos el café en la terraza de un bar para conseguir una miga de pan.
Sonidos, olores, sabores que nos brindan tiernas sensaciones como las de nuestra madre cuando de pequeños nos acunaba entre sus brazos.
Agradezcamos todo lo que nos regala y seamos más conscientes con nuestros pequeños actos hacia ella en nuestro día a día, así pues tengamos un corazón verde que nos una para su cuidado y conservación .
Ana María Vidal Rivera.
Comentarios